Una visión sobre las cosas y sobre nuestra existencia en lo cotidiano trasunta en Pragmata (Libros de Nébula, 2024), primer libro de poesía del -hasta ahora- cuentista Felipe Fuentealba. Vivimos entre y con las cosas, y ellas están, como nosotros, impregnadas de tiempo. Por eso, las cosas son los mayores testigos de nuestro transcurrir.
En este poemario que reúne 33 poemas, además del prólogo de Carlos Henrickson, la relación con las cosas parece estar bien reflejada en el concepto griego del título, porque pragmata designa la cercanía entre las cosas y lo que hacemos las personas como praxis, como actuar en el mundo. Las cosas son esos objetos que nos anclan a una vida estructurada de cierta forma, pertenecen a la cultura del homo faber, ya que han sido hechas para ayudarnos a vivir y organizar nuestro mundo. A veces, sin embargo, las cosas parecen más vivas que nosotros; las percibimos así cuando nos asalta la melancolía por el pasado, por las personas que han salido de nuestro entorno, pues las cosas nos acercan a lo quieto y a lo estable, se mantienen incluso más que nosotros, y es cuando nos dan una pequeña medida de lo que puede ser el futuro o algo como la eternidad y la permanencia.
Observar las cosas puede ser una buena fuente de metáforas del desamor, así ocurre en este libro donde la desolación que se experimenta por el amor perdido se encarna en los objetos y en las rutinas aprendidas.
Releyendo estos poemas he recordado algunos cuentos de Felisberto Hernández, esos en que el protagonista se sitúa en la perspectiva de un niño que encuentra que las cosas y las casas guardan un misterio, y se propone descubrirlo. En el caso del sujeto poético de Felipe Fuentealba, este parece ubicarse, para descubrir el misterio de las cosas, en el punto en sí mismo misterioso en que algo se acaba y otra cosa comienza. Y este es el lado optimista, podría decirse, de esta mirada poética, donde persiste un aire de tristeza que inunda casi todo, pero que a la vez canta la esperanza de lo nuevo, entre un mundo que declina o que ya declinó, como un sol que se pone sobre el horizonte, trayendo consigo la oscuridad y las sombras, y ese mismo sol que en unas horas reaparece como si fuera una resurrección. En ese intervalo, que es afirmación y negación de la antítesis, el sujeto de este libro se ubica para mirar el horizonte de lo cotidiano, como muestran, por ejemplo, los dos poemas-espejo que se enfrentan en páginas contiguas: “Todo desaparece” (p. 28) y “Nada desaparece” (p. 29).
Es por eso que Pragmata expresa sobre todo paradojas, extrañamientos de lo cotidiano, incluyendo comparaciones novedosas que dan la medida del desencanto y de la esperanza. Algo lárico subyace en esta mirada cuando se afirma que “sólo hay una patria y es la infancia” (“Niño”, pp. 30-31), afirmación que se condice con que son las figuras de los niños que aparecen o se asoman en varios poemas las que despiertan esa visión esperanzada de la vida, que se va mostrando a contramano de una delicada tristeza.
Pragmata se debate y oscila, entonces, entre lo que acaba o muere y lo que empieza a vivir, atisbado por un sujeto que perdió la ilusión, sin abandonarla del todo, pues logra mantener cierta (genuina) ingenuidad en la mirada y en la forma de comparecer ante las cosas y los hechos. El tiempo en su lento e invisible transcurrir es el responsable de la fuga de todas las pequeñas ilusiones que dejaron sus vestigios en las cosas. Ya lo había anunciado el poema-prólogo: estos versos se parecen “a una fina carretera / en medio de un desierto de desgano” (p. 13), como si nos deslizáramos lentamente hacia un horizonte ilusorio.
A medida que los poemas van acabándose, el libro se va acercando hacia un terreno más desencantado, mientras se pregunta por la felicidad y por el “arte de vivir”. La respuesta parece estar no muy lejos de esa idea de felicidad y de amor que se sostiene en una vida tranquila y acaso lenta, ideas que son a su vez una forma de estar en el tiempo como solo un homo scribens sabe estar: “Todo ha sido justificado” (“Mi vida futura”, p. 36). (Texto: Dra. Cecilia Rubio. Imágenes: portada y cortesía del autor).