Como un río, de cristalina, pero muy profunda transparencia, el torrente de Avenida Zungun (Ediciones Kultrún, 2024) deja ver, a primera vista, su fondo y el sentido de su curso; sin embargo, puede sorprender a quien pretenda tocar fácilmente las piedras del lecho o nadar a contracorriente desconociendo el mandato del agua.
Antología personal de tres volúmenes — (Romería, 2010; El Mapa Roto, 2014, y Preguntas al Sur de Fantasía, 2021), este libro del escritor y fotógrafo Wenuan Escalona (Temuco, Chile, 1977), enfila, desde su primer texto —“Apunte”—, a ideas fuerza que obsesionan al sujeto lírico. A saber: el riesgo-combate perenne (“¿Mi obstinación?, mojarme. Seguir duro vuelta a vuelta…”); la indagación en/por la memoria (“Bajo la ceniza hay voces que me hablan, ecos que me cuentan la memoria como la niñez de un río y sus preguntas”), y la búsqueda de la propia identidad en un infinito peregrinaje (“He de escuchar quién habla por esta voz que soy. He de encontrarme en esta romería”).
Compuesto por 79 poemas, cifra que podemos presuponer intencional, para evadir la cómoda redondez de lo cerrado, el libro fluye en sus 131 páginas precisamente como una romería, a ritmo de trote (esa constancia de los maratonistas) a través de calles, personajes, circunstancias vitales, conceptos, mediante los cuales el hablante poemático va declarando, trasluciendo, inscribiendo su constante mirada de aprendiz, que no de ingenuo. “Abre la puerta de ceniza/ mira este mapa quebrarse/ Camínalo”, reza uno de los textos. Y en muchos otros se reitera la alusión al “mapa roto”, ineluctable destino de rehacer las rutas desde el ayer hasta el mañana, como un “nómade insoportable”.
En diálogo imperativo con un alter ego nombrado como el autor, el sujeto lírico traza su sino de voz ancestral: “Entonces, Wenuan, sé corazón y mente/ de las épocas, indaga en su fuego, sombra/ y en el miedo de los que alzaron y demolieron/ el esplendor de ciudades”. Pero como si quisiera bajarse rápido de los falsos montículos de la grandilocuencia histórica, declara: “No celebro a la memoria ni a la certidumbre del pasado/ pues todo cachivache del afecto, todo laurel, columna y familia/ se contrae y despedaza a cada instante/ como la esquirla de un planeta fallecido”.
He ahí, entre otras, una de las virtudes cardinales del libro: en un vaivén de habilidosa factura avanza y retrocede, encumbra y deshace, confía y maldice, defiende y refuta, dejando solo enhiesta la auténtica lucidez, que no se arropa en las verdades absolutas o en los fáciles descubrimientos. Pues, a fin de cuentas, “Hay algo como una batalla que no duerme/ en la mañana de mi palabra”.
Mención aparte merecen las fotografías del autor (en rigor propiedad de la voz poética) que acompañan a modo de separadores o descansos de lectura los poemas. Blanco y negro. Casi siempre planos generales, donde hay que mirar varios detalles, ángulos y fugas para captar, acaso, las conexiones de sentido. Juego con las sombras, claroscuros, donde persiste un rastro de luz, pero no la luz misma, sino su reflejo, su efecto, la huella sutil. Intentos de congelar el movimiento, la bruma, lo ignoto.
“La poesía de Wenuan, como la de otros poetas mapuche contemporáneos, […] cuenta a la vez que canta; y lo hace sobre una territorialidad de la que se hace parte, en la que él mismo, como sujeto real y poético, está entramado (quizás atrapado) junto a una memoria real o ficcionada que no lo deja, aunque reniegue de ella”, afirma la también poeta y académica Maribel Mora Curriao, en el sustancioso prólogo.
En ese cuento/canto, por instantes aflora el manifiesto (“Yo vengo a encontrar un proyectil que hiera/ una semilla que nazca/ yo vengo en la pregunta que me vive/ Y es bueno que así sea”); pero a la vuelta de unos versos, el remanso deja ver, nuevamente, la hondura lúcida de su exploración, esa en la que “Para Traicionar tu Máscara, Escribe”: “Memoria: reunión de ficciones, ética omnipresente. […] Memoria, construcción opuesta a la musa de la historia. […] ácida, indeterminada,/ sináptica.”
Aguas cristalinas, ya lo dijimos, donde vale la pena bucear buscando el “rastro de energía”, del que, tal vez, no quede más que el silencio. En alguna orilla, no obstante, “un niño mapuche ríe, juega, recuerda y olvida”. (Texto: J.A.L // Fotos: Autorretrato del escritor tomado de su Instagram y portada).